Apenas llevo una semana y media en Italia y ya he sentido la necesidad de hablar del tema político. En este blog, aparte de contar mi mera existencia cotidiana, pretendo dejar constancia de lo que ocurre en el mundo, al menos en el mundo que yo he llegado a conocer.
Todo el que me conoce sabe que me considero a mi misma comunista, a pesar de no pertenecer a ningún partido y “violando” en cierta medida ese principio que dice que para lograr cambios en la sociedad es imprescindible pertenecer al Partido, puesto que el individuo por sí sólo no tiene la suficiente fuerza. Lo que me ocurre es que rechazo cualquier tipo de autoritarismo, rechazo cualquier espacio en el que al que es diferente se le sanciona y se le critica. Incluso cuando los que sancionan son los míos. A veces, cuando me paro a pensar en mi propia condición política, me digo que soy más soñadora que otra cosa, porque me aferro a creer en un hombre bueno por naturaleza, a soñar con que nadie puede hacer daño deliberadamente sin tener luego tal cargo de conciencia que no le permita dormir. De todas formas, hoy quiero hablar de mis primeras impresiones en este país, aunque dejando constancia de que nada de lo que diga tiene una base corroborable, pues a día de hoy no me he involucrado con ningún grupo que me permita conocer la realidad más a fondo.
En orden cronológico, lo primero que me hizo toparme con la conciencia de estar donde estoy es el hecho de ver pintadas en la calle. Son usuales en todas las ciudades, pero aquí puedes observar una hoz y un martillo encima de una cruz y un círculo y viceversa, leer Hitler o leer PCI. Italia ha sido la cuna del fascismo (Mussolini, ahora Berlusconi), pero de igual forma el comunismo ha tenido un peso mucho mayor que en otros países europeos. En un principio estaba contenta, porque ello demostraba que había una fuerza contraria al poder y que existían grupos antifascistas que trataban de oponerse a la situación de extrema derecha que se vive aquí. Hoy por hoy sigo apoyando a estos movimientos, aunque ya soy consciente de que el “enemigo” al que se enfrentan no es al que yo me he enfrentado en Sevilla o en Canarias. En Italia, si eres nazi lo eres de verdad. Y digo esto dos motivos. El primero es la absoluta naturalidad con la que mi compañera de piso me reconoció que era fascista. Fue después de decorar la habitación que he alquilado, cuando ya la había limpiado y me dispuse a colgar mis dos pósteres, siendo uno de ellos el del Ché. Entró en el cuarto y al verlo me miró con cara extraña y me dijo “Yo soy del otro bando”. Además, ayer salió con mis amigos y conmigo y cuando empezamos a cantar el Bella Ciao dijo que era una cancion brutta (fea), y que a ella no le gustaba porque se consideraba fascista (he de decir que a pesar de todo es una chica bastante simpática y que me ayuda mucho con la lengua). El segundo motivo que me lleva a afirmar el fanatismo es lo que ocurrió el viernes por la noche. Habíamos estado bebiendo en casa de Javi y ya íbamos un poco borrachos, así que viendo la noche más o menos cálida que hacía decidimos ir abajo a relacionarnos con los otros erasmus. En ese momento, nada más abrir la puerta y pisar la calle oímos un ruido que se acercaba. Un poco más arriba de la casa (unos 20 metros) venía una marea de hombres enormes, de estética skin, rapados, con tatuajes de telas de araña y que llevaban sillas en la mano. Lo primero en lo que pensé fue en mi bolso, lleno de chapas de Guevara, de Silvio, de Allende, de antifascismo… y en la de veces que Javi (no el de erasmus, sino mi novio y amigo) me había dicho que no me la jugara y que debía quitármelas. Nos alejamos de aquellas bestias como pudimos, aunque a una amiga le pasó una silla a solo diez centímetros de la cabeza. Creo también que le pegaron a alguien, aunque yo no lo vi directamente porque en cuanto pude entré en casa de los maños y me quité todos los símbolos que llevaba. Por suerte, los carabinieri llegaron pronto y los disuadieron, aunque ya nos habían metido el miedo en el cuerpo a todos.
Aquí dejo los hechos de lo ocurrido, la constancia de que todavía existe gente que cree en un asesino como Hitler (también los hay que creen en asesinos como Stalin), que piensan que por ser de otra raza eres alguien inferior, sin derechos, que no siente ni padece, que estás destinado al dolor eterno. Aunque supongo que es en estos climas en los que se lleva más al extremo el sistema de libre mercado en el que vivimos en dónde pueden darse movimientos de rechazo. En España, cuando gobernaba Aznar, eran muchos los que salían a la calle a protestar, los que criticaban sus decisiones de privatización, de quitar cosas a los obreros. Hoy, con Zapatero, las cosas malas parecen menos malas y se hace menos ruído. En Italia, con Berlusconi a la cabeza del país, se ha organizado una manifestación en Roma para el día 11 o 13 de octubre, no estoy segura de la fecha. Tengo planes de ir, y además creo que sola. Aunque ahora, visto lo visto, mi pregunta es… ¿merece la pena jugársela tanto?