El Blog

lunes, 25 de enero de 2010

Declaración de amor

Echo de menos el periodismo, la redacción, los teletipos, los titulares, las entradillas, los destacados, los 3x4, los filetes y los corondeles. Estar en Italia me privó de la formación práctica (y casi académica). Estar en Barcelona me cierra puertas para poder trabajar en un medio (no parlo català), aunque sea en prácticas.

Mientras tanto, leo los blogs de otros compañeros que cogen metros para llegar a la rueda de prensa, que disfrutan en el estudio de radio, que sienten ese cosquilleo que entra en la barriga cuando ves tu nombre en letra de imprenta sobre el papel reciclado.

Y siento envidia. Quiero escribir.

jueves, 14 de enero de 2010

Rutinas y fruterías

Imposible permanecer eternamente en la burbuja tropical de la autocontemplación, en las tardes de sol y playa en pleno diciembre en las que el sol se tumba a descansar en todas las fachadas de colores, en los besos y caricias que siempre acaban siendo nuevos, que nunca terminan de conocerse. Barcelona me recibe suplicante, con unos gritos de tristeza que se reflejan en su cielo oscuro, encapotado de nubes que vienen de más allá de Siberia. Y reflejados también en las caras de esos transeúntes del metro, tan acongojados y deprimidos que asusta imaginar qué habrá detrás de sus corazones. Hago muecas y guiños y burlas a un pequeño de apenas tres años. Permanece impasible.

La llegada a la ciudad supone la reanudación de una rutina que, a ratitos, empezaba a echar de menos. Llenar la nevera, coger el cercanías, no funciona el Bicing, pero qué frío, no sé qué cenar, ¿una cerveza?, mirar la agenda cultural gratuita. Pero las obligaciones apremian en este mes de enero, el tiempo no sobra por ningún lado y las horas de ocio deberán posponerse para ocasiones mejores.

Me despierto temprano, limpio el baño, desayuno, leo el periódico... y me dirijo a comprar fruta. Las fruterías en Barcelona, al menos en la zona donde resido, son abundantes y suelen poner grandes ofertas con tal de hacer la competencia al establecimiento vecino. Después de haber probado varias en los tres meses que llevo aquí me decanto, casi siempre, por una regentada por pakistaníes. Son chicos simpáticos, educados. Rara vez me gasto más de cuatro euros y, además, todo está riquísimo. Y allí estaba yo a las once de la mañana, dispuesta a coger algunos kiwis y una lechuga, cuando una señora mayor (digamos de unos 65 o 70 años), intentando pasar desapercibida, se mete en el bolso una piña de plátanos para acto seguido salir disparada calle abajo. Pero como el ladrón rara vez sale inmune (hablo de ladrones pequeños, porque tema aparte son esos grandes magnates y empresarios, especuladores o políticos), un grito de atención la obligó a pararse en seco. Avergonzada, la señora devolvió la fruta a su dueño y, sin decir ni una palabra, se marchó del lugar.

Este incidente que para muchos habría carecido de importancia hace que yo, por el contrario, me llene la cabeza de preguntas. ¿Qué motivó a una anciana a robar? Respuestas varias: cleptomanía, aburrimiento, inconsciencia, falta de recursos. ¿Qué habría ocurrido si se hubiesen invertido los papeles de los actores? Racismo, gritos, insultos, murmullos y prejuicios. Y mientras tanto, todo sigue su tranquilo discurrir. Termino de comprar, regreso a casa y escribo todo esto. El alcalde de Vic, por su parte, colabora con la causa negándose a empadronar a ningún inmigrante "sin papeles".

viernes, 1 de enero de 2010

Un final muy temido

Entre risas y jugo de uva resbalando por las comisuras de los labios despedimos el año. Ni siquiera buscándole las más pequeñas mi hermano había conseguido comerse los doce meses y no pudo aguantar los ataques de risa que provoca el imaginarte con la boca llena de esa fruta redonda que, en ese día, dicen que decidirá tu futuro en los próximos 365 soles.

Se acabó el 2009 y con él se me vienen a la cabeza momentos especiales y únicos del que, posiblemente, haya sido uno de los mejores que mi corta vida ha experimentado. Año de viajes, de encuentros y despedidas, de confesiones a media luz, de ciudades enormes y de pueblos diminutos, de bicicletas y metros, de besos y caricias, de casas con estilo y casas destrozadas. Año de terremotos, de exámenes, de universidades, de proyectos, de madurez y de tolerancia. De lecturas complejas, de Calvino (perche non è possibile dimenticare nulla di questo, e ricordo e la mia anima è distrutta in un paio di secondi) y Casal (no puc veure la meva patria, la meva terra, allunyada dels seus habitants, i els nens pels carrers no tenen res per menjar).

Y ahora, cumpliendo el firme mandato para el que fue creado, el tiempo continúa impasible su paso hacia adelante, sin darme la tregua que voy necesitando. Porque a diferencia de otras ocasiones, se acaba una etapa de la que no quiero desprenderme, una etapa en la que sobre todo he crecido como persona para reafirmarme en lo que soy y en lo que creo. Ser licenciada me llena de alegría, pero también de miedo, miedo a no ser capaz de desenvolverme en el campo del que se supone que soy profesional, miedo a ser mayor, a entrar en ese mundo de los adultos, del trabajar para vivir, a no llegar a fin de mes, a traicionarme por un puñado de euros. Qué gran peligro el del periodismo... En estos cinco años me he topado con profesores incompetentes, con docentes que manchan su nombre, que lo ven como un medio para manipular y obtener beneficios, casi sin darse cuenta de que para muchos entrar en esta carrera no ha sido ni siquiera una elección, sino un instinto vital, la única salida que hemos visto para contribuir, en la medida de nuestras limitadas posibilidades, a hacer de este mundo un lugar un poquito mejor. De contar, gritar, escupir verdades y hacer que se tome conciencia de las cosas olvidadas, y que las cosas olvidadas encuentren un hueco en las memorias del futuro.

2010, año de decisiones, de graduaciones, de orlas y de viajes de fin de carrera. Junio está a punto de llegar, y yo, una vez más, abandonaré mi actual hogar en Barcelona, me olvidaré de sus atajos, de su barrio gótico, de sus carrers.

Pero, ¿a dónde debo ir a parar en esta ocasión?