El Blog

jueves, 14 de enero de 2010

Rutinas y fruterías

Imposible permanecer eternamente en la burbuja tropical de la autocontemplación, en las tardes de sol y playa en pleno diciembre en las que el sol se tumba a descansar en todas las fachadas de colores, en los besos y caricias que siempre acaban siendo nuevos, que nunca terminan de conocerse. Barcelona me recibe suplicante, con unos gritos de tristeza que se reflejan en su cielo oscuro, encapotado de nubes que vienen de más allá de Siberia. Y reflejados también en las caras de esos transeúntes del metro, tan acongojados y deprimidos que asusta imaginar qué habrá detrás de sus corazones. Hago muecas y guiños y burlas a un pequeño de apenas tres años. Permanece impasible.

La llegada a la ciudad supone la reanudación de una rutina que, a ratitos, empezaba a echar de menos. Llenar la nevera, coger el cercanías, no funciona el Bicing, pero qué frío, no sé qué cenar, ¿una cerveza?, mirar la agenda cultural gratuita. Pero las obligaciones apremian en este mes de enero, el tiempo no sobra por ningún lado y las horas de ocio deberán posponerse para ocasiones mejores.

Me despierto temprano, limpio el baño, desayuno, leo el periódico... y me dirijo a comprar fruta. Las fruterías en Barcelona, al menos en la zona donde resido, son abundantes y suelen poner grandes ofertas con tal de hacer la competencia al establecimiento vecino. Después de haber probado varias en los tres meses que llevo aquí me decanto, casi siempre, por una regentada por pakistaníes. Son chicos simpáticos, educados. Rara vez me gasto más de cuatro euros y, además, todo está riquísimo. Y allí estaba yo a las once de la mañana, dispuesta a coger algunos kiwis y una lechuga, cuando una señora mayor (digamos de unos 65 o 70 años), intentando pasar desapercibida, se mete en el bolso una piña de plátanos para acto seguido salir disparada calle abajo. Pero como el ladrón rara vez sale inmune (hablo de ladrones pequeños, porque tema aparte son esos grandes magnates y empresarios, especuladores o políticos), un grito de atención la obligó a pararse en seco. Avergonzada, la señora devolvió la fruta a su dueño y, sin decir ni una palabra, se marchó del lugar.

Este incidente que para muchos habría carecido de importancia hace que yo, por el contrario, me llene la cabeza de preguntas. ¿Qué motivó a una anciana a robar? Respuestas varias: cleptomanía, aburrimiento, inconsciencia, falta de recursos. ¿Qué habría ocurrido si se hubiesen invertido los papeles de los actores? Racismo, gritos, insultos, murmullos y prejuicios. Y mientras tanto, todo sigue su tranquilo discurrir. Termino de comprar, regreso a casa y escribo todo esto. El alcalde de Vic, por su parte, colabora con la causa negándose a empadronar a ningún inmigrante "sin papeles".

3 comentarios:

Itziar dijo...

Ánimo para este enero condensado en horas de estudio y trabajo ;)

Sert Taş dijo...

Por aqui tambien llego el mal tiempo... aunque no tan frio con por España. Yo tengo miedo de volver a la rutina... ushh

Muchos besos desde Estambul.

cjp dijo...

"oensando porqué llaman justicia a la ley" es una de las últimas frase qué escrito, casi el mismo día que tú has publicado esto. Si los roles se invirtieran, y una señora mayor tuvier una frutería,y un emigrante robara una piña, para comer, seguramente en poco tiempo estaría de vuelta en su país.

Parece que las experiencias esta ciudad de mezcla de culturas, inspira para escribir textos como este, que no pueden evitar la reflexión.

Me encantó! besitos