El Blog

lunes, 4 de octubre de 2010

Animales de costumbres

Holanda permanece igual a lo largo de todo el paisaje. Llanuras y más llanuras de prados verdísimos y plantaciones de maíz, algunas (muchas) granjas con vacas, ovejas, pollos y, si te descuidas, hasta cervatillos. Debo reconocer que no es un paisaje que me guste demasiado, a excepción de algunas zonas que son realmente dignas de contemplar, como los ríos cuando se está poniendo el sol o el ver amanecer entre una bruma que contribuye a crear un ambiente tétrico y mágico. 
Mientras tanto, el clima continúa variable, ahora frío, ahora calor. Las lluvias son esporádicas, aparecen sin avisar y te pueden calar hasta el alma si te descuidas. Y las comidas... bueno, las comidas merecerían un artículo a parte. Sí, odio la dieta holandesa a base de patatas estrujadas (así, tal cual suena... patata hervida y estrujada con un tenedor) mezcladas con todo lo que pillas en la cocina, desde huevo duro hasta varitas de merluza; al igual que odio que me miren con cara de absoluto asco cuando preparo una tortilla francesa con queso (¡!) o me como un crepes con chocolate. En serio, en mi mente no existía la posibilidad de que un niño, en cualquier lugar del mundo, me dijese que eso era una porquería.

Ya veis, no hay grandes novedades. Pasan las horas y los días, la mayoría de ellos entre las cuatro paredes de esta granja alejada por 8 kilómetros de la mediana urbe de Den Bosch, haciéndome cargo de tres niños, de entre los cuales al menos a uno no consigo entender, se me escapa su lógica y su eterno odio. Al final, el tiempo libre me ayuda a elaborar elucubraciones acerca de la naturaleza del ser humano, a verificar lo gregarios que somos, lo que nos afectan nuestras costumbres y formas de vida. Y como yo no no soy ninguna excepción, me asombro con cada detalle, no entiendo ciertas actitudes, desisto ante la idea de integrarme y alimentarme con una rebanada de pan con mantequilla al mediodía. 

Qué coño. Las lentejas son para almorzar, no para cenar.

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