El Blog

sábado, 3 de julio de 2010

Solera y girasoles

Menos de un año ha transcurrido desde la última vez que pise esta tierra de llanuras y solera, de vino y girasoles. La historia se repite (como siempre), y yo abandonaba la ciudad que había sido mi casa durante nueve meses cargada de maletas, temiendo el momento de posarlas sobre la cinta del aeropuerto y oír el "llevas cuatro kilos de sobra" que menguaría aún más mi escaso crédito en la cuenta del banco. Por fortuna, en esta ocasión llevaba a mi lado a un pequeño acompañante. Mi hermano había venido a pasar unos días a Barcelona y todo el peso que me sobraba a mí, a él le faltaba.

Ahora dejaba atrás a la ciudad Condal, esa de independentistas y trabajadores, de luchadores por la patria, la del Estatut y la de los referéndums. Pero también debía despedirme de una etapa que llegaba a su fin, decir adiós a la Universidad y concienciarme de que llegaba el momento más duro, el de la salida al mundo laboral. A pesar de todo, no fue difícil y subí a aquel avión como a uno más de los tantos que he cogido desde que tenía diez años.

Una hora escasa fue el tiempo que tardamos en aterrizar en Sevilla. Hacía calor, para variar, y todavía debíamos continuar con el trayecto hasta llegar a Lebrija. Del aeropuerto de San Pablo a la estación de Santa Justa me asaltaron flashes de mi vida allí, del olor a desayunos, de la bicicleta como medio de transporte bajo temperaturas abrasantes. A las once y poco de la mañana alcanzamos nuestra meta. Reencuentros familiares, besos, asombros ante lo grande que estaba Álvaro, preguntas acerca de mi futuro. ¡Y yo que todavía no termino de asimilar que soy Periodista ni que me he licenciado!

Así que nada, aquí me encuentro resguardándome del sol en cada resquicio de sombra que ofrecen los balcones, intentando no abusar del aire acondicionado, observando el lugar en el que he pasado muchos momentos de mi vida y percatándome de que todo sigue igual, pero que soy yo la que ha cambiado su perspectiva. Al final me siento orgullosa de mí misma, orgullosa de haber sabido aprovechar cada momento, cada instante, de haber recorrido parte de este mundo, de no haber sentido miedo de aprender, miedo a lo extraño y desconocido. Y lo que más orgullosa me hace sentir es mirar de dónde vengo, cuáles son mis orígenes: el de una familia trabajadora, humilde, sin grandes posesiones (por no decir ninguna), que continúa viendo los campos de girasoles cada verano mientras el sol achicharra sus pieles, y que para calmar la sed beben un vasito de manzanilla.


1 comentario:

Lorena dijo...

Decir adiós a un lugar no es nunca tarea fácil... Pero siempre ayuda un poquito saber qué quieres hacer a partir de ese momento.

Enhorabuena por tu licenciatura... veremos si yo puedo conseguir lo mismo! ;)