El Blog

miércoles, 23 de mayo de 2012

Gente

Mi ciudad está llena de gente. En el lugar en el que vivo es imposible no cruzarte con gente en la calle, en el metro, en las escaleras mecánicas, en la frutería o en el ascensor. El mundo en sí está lleno de gente, de seres humanos corrientes que se despiertan, trabajan, comen, duermen... especímenes con bocas, ojos, brazos y pelo que se mueven de forma semiautomática en una tela de araña llena de conexiones insospechadas. Es como ese semáforo en la gran ciudad. En el segundo exacto en el que se pone verde, la masa de gente empieza a caminar. Y de vez en cuando (sólo de vez en cuando) dos personas de la masa se chocan entre ellas y se percatan de la existencia real del otro.
El resultado de esa colisión puede ser imprevisible. Pero lo cierto es que con una simple mirada, con un único segundo de nuestro tiempo que dediquemos a pensar en quién tenemos enfrente, se crea un hilo que une dos vidas. 

Recuerdo a gente con la que conviví durante unas horas, en los aeropuertos de mis múltiples viajes, durante los transbordos. Es gente sin nombre pero con rostro, que me ayudan a sonreír cuando rememoro la anécdota que compartimos hace años. Como aquella chica del albergue de Perugia con la que desayuné un capuccino y un cornetto o la foto que guardo entre mis libros en la que abrazo a un niño del altiplano andino.

También hay gente, con nombre y hasta apellidos, en la que una vez confiaste y ahora se han difuminado. Amistades que habrías jurado serían siempre tal cual eran, simples, sinceras y entregadas. Un día te sorprendes acordándote de esa gente, preguntándote cómo le irá la vida, si es que acaso ellos también piensan en ti y lo extraño que resultaría sentarse frente a frente ahora, después de todo ese tiempo y de la cantidad de cosas que quedan por decir. El extraño sentimiento de conocer tremendamente bien a un desconocido.

Otra gente es sólo eso, gente. Colegas de la universidad o del trabajo que mantienen el estricto balance entre la cordialidad y la camaradería. Sabes que se desvanecerán tan pronto como cambien las circunstancias, pero mientras tanto se interpreta un papel de verdadera conexión. Sales con ellos, tomas cervezas e incluso podrías revelarle algún secreto de alcoba. Pero jamás contarías con ellos para perdirles ayuda en situaciones desesperadas.

Por último, está ese grupo reducido de gente sin la que no podrías levantarte cada mañana. Son quienes te dan sentido, quienes te definen tal cual eres y te aceptan así. Gente por la que das el doscientos por cien y en la que vuelcas todos tus sentimientos para hacerlos sentir únicos, gente-novio, gente-madre, gente-padre, gente-hermano.

Como dije al principio, vivo en una ciudad llena de gente. Muchos de ellos son los clientes que vienen a la tienda en la que trabajo (o a cualquier otra tienda). No te miran a los ojos cuando les atiendes, no son capaces de verte. Por eso, en un acto casi heroico por mi parte, a veces les gasto bromas o les pregunto si están tristes. 

Porque no hay nada peor que ser un nadie en una ciudad llena de gente. No llegar ni siquiera a gente-camarera, o gente-limpiadora, o gente-conductor. Ser gente-gente. parte de la masa deforme, opaca, sombría. 

Eso es perder todo el sentido de lo que significa ser parte de la humanidad.

1 comentario:

Sert Taş dijo...

Yo a veces no espero a que se ponga en semáforo en verde :)
un abrazo gente-camarada