El Blog

domingo, 25 de octubre de 2009

Superhéroe de cartón (II)

Su madre continuaba en el despacho, rodeada de papeles, escuchando una música que Pablo no entendía muy bien. Se trataba de un CD que reproducía sonidos de la naturaleza: el agua de un río, pájaros cantando, las hojas de los árboles agitadas por el viento. Definitivamente, era absurdo querer oír todas esas cosas dentro de una habitación cuando, nada más cruzar la calle, había un parque enorme en el que, incluso, se oían ranas y grillos al atardecer. Al pensar esto, el niño se entristeció. No era justo que algunas personas pudieran disfrutar de todo aquel tiempo libre y su madre no. De hecho, no recordaba la última vez que habían ido a pasear sin prisas, que había tenido tiempo de buscar la flor más bonita para regalársela. El problema era que ella no tenía ayudantes, y todo el peso de mantener en orden la ciudad caía sobre sus hombros. Batman al menos tenía a Robin, que aunque no era ni la mitad de bueno que su jefe, le tendía una mano en los momentos más complicados. Intentando no hacer mucho ruido, Pablo subió las escaleras y desde la azotea trató de calcular hasta dónde llegaban los límites de la ciudad. Los tejados de Madrid parecían infinitos y no era capaz de divisar con nitidez dónde acababan, pero era imposible que se tardase más que de su casa a casa de la abuela, a más de una hora en autobús. Antes de salir, volvió a mirarse en el espejo, aunque esta vez hubo algo que no lo convenció. Faltaba un pequeño detalle… Fue al baño y cubrió su pecho y sus brazos con bolas de papel higiénico. ¡Ahora sí que imponía respeto! Nadie se atrevería a enfrentarse con él aparentando estar así de fuerte. Todo estaba listo para el momento decisivo, pero tenía que darse prisa. Su padre llegaría pronto de la oficina, y si lo veía no lo dejaría salir por lo tarde que era y todo su plan tendría que retrasarse para el día siguiente. Abrió la puerta, pero no la cerró para no hacer ruido. Los sonidos de la naturaleza ayudaban a su madre a estar concentrada, por lo que aún tardaría un rato en percatarse de lo que su hijo hacía. Pablo pensó que así la sorpresa sería mayor, y se sentiría todavía más orgullosa por el hecho de que él fuese lo suficientemente mayor como para salir de casa sin permiso, arriesgándose por ella.

Afuera la ciudad empezaba a oscurecerse. Era el momento perfecto, pues a esa hora los villanos solían salir de sus guaridas para intentar hacer trastadas. Al menos, no recordaba ningún capítulo en el que Batman hubiese peleado a plena luz del día con aquel payaso feo y de risa desagradable. Ahora todos lo verían y se lo pensarían dos veces antes de provocar el caos. Quizá incluso decidiesen irse a otra ciudad en la que nadie les parase los pies. Lo cierto es que a Pablo sólo le importaba que tuviesen claro que su madre no estaba sola, y que estaba dispuesto a ocuparse de ellos para ayudarla y que pudiese tener más tiempo libre. Desde la esquina, unos niños mayores empezaron a reírse de él, pero Pablo los miró con la cabeza alta. Memorizó sus rostros, y pensó que cuando acabase todo su trabajo iría a buscarlos para explicarles un par de cosas y darles su merecido. Eran igual de desagradecidos que Jorge, y eso era algo que odiaba.

Justo cuando cruzaba la calle corriendo, ansioso y emocionado, en sólo una décima de segundo se percató de que había olvidado la norma básica: mirar a derecha y a izquierda dos veces antes de pasar. Eso tenían que hacerlo incluso los superhéroes. Pero ya era tarde. Se paró en seco y giró su débil cuello deseando que la carretera estuviese desierta. No fue así. Un frenazo y el sonido de un claxon se oyeron en todo el vecindario. Los niños de la esquina apagaron sus risas de adolescentes malcriados y se apresuraron a llamar a sus padres, asustados ante lo que acababan de ver. El conductor del vehículo permaneció inmóvil dentro de su coche. No sabía si todo aquello era una broma de cámara oculta o si realmente había atropellado a un Batman en miniatura. Las ambulancias llegaron rápido, estrellando el sonido de sus sirenas contra las desgastadas fachadas de aquel barrio de gente rica, pero nada pudieron hacer. Ni siquiera la cobertura de papel higiénico pudo amortiguar el golpe que sufrió el pequeño cuerpo de Pablo al caer sobre el asfalto. La autopsia concluyó que los traumatismos craneoencefálicos fueron la causa de la muerte.

Al día siguiente, todos los periódicos se pusieron de acuerdo sobre el tema de la portada. Por una vez, no hubo diferencias entre los de derecha y los de izquierda, entre los conservadores y los progresistas. La Crónica de Madrid titulaba “La muerte más trágica de un superhéroe”, y un poco más abajo se leía “El hijo de la alcaldesa de San Sebastián de los Reyes fallece tras ser atropellado mientras cruzaba una avenida disfrazado de un famoso personaje de cómic”. La ciudad entera se puso de luto, y al entierro acudieron las más altas personalidades del mundo de la política y de la cultura. De nada sirvieron las horas de consulta en el psiquiatra, ni los tratamientos alternativos a los que la madre de Pablo se sometió. Ahogada en una depresión de la que no veía salida, perdió su puesto en el Ayuntamiento, se divorció de su marido, vendió su chalet de las afueras y se fue a vivir a casa de su madre, a sólo 500 metros del cementerio. A partir de ahora dispondría de todo el tiempo del mundo para llevar flores a la tumba de su hijo.

2 comentarios:

Anonymous dijo...

Te voy a comprar el libro :):):):):):)

Anonymous dijo...

Sí señor, sigue así, digo así de frustrada...Parece que te va genial!!!
Mola!