El Blog

viernes, 22 de abril de 2011

De ateos y semanas santas

Mis padres, como todos los padres, han hecho cosas bien y otras un poco peor. De todas formas, cualquier fallo que hayan podido tener ha quedado excusado por sus intenciones, el intentar darme la mejor educación posible y formarme como una persona válida dentro de esta maraña de locos que llamamos sociedad. El caso es que, de entre todas las cosas que ellos han hecho por mí, hay una que valoro muy especialmente y por la que les estoy tremendamente agradecida: no me bautizaron. 



En los 90, que era la década en la que cursé mis estudios de primaria, era la única niña de la clase que no daba religión. Aquel par de horas semanales cogía mi mochila y me marchaba con mi tutor a dar vueltas por el colegio... A veces, leía libros. Otras, charlaba con otros profesores. E incluso había ocasiones en las que me invitaban a refrescos y jugaba en unos arcaicos ordenadores a un juego que luego haría historia, el Mortal Combat. Cuando, a los nueve años, todas mis amigas se preparaban para recibir la Primera Comunión tuve un esbozo de envidia. ¿Por qué ellas iban a tener una super fiesta, con un super vestido y unos super regalos y yo no? Y así se lo comuniqué a mi madre. "Mamá, quiero hacer la comunión". "Vale, no hay problema, te bautizamos y luego la haces... pero eso sí, olvídate de trajes, fiestas y demás parafernalia. La comunión no es eso, es algo más espiritual. Iremos a la iglesia, y después si quieres tu padre, tú y yo nos vamos a comer a algún sitio, pero ya está". "Ah, pues entonces no quiero". Ese fue el fin de toda conversación con respecto al tema religioso.

Hoy, por suerte, ha aumentado el número de niños que no entran a formar parte de ese colectivo eclesiástico sin tomar en cuenta su voluntad, y a las clases de religión acuden apenas un poco más de la mitad de los estudiantes. Aún así, a pesar de esta evidencia, el estado laico que presupone nuestra Constitución está muy lejos de ser certero. 

Sin ir más lejos, anoche, como todas las noches, me puse la radio para ir a dormir. Normalmente escucho cualquier programa en el que haya una tertulia. Primero, pasé por Cadena Cien: Semana Santa desde Sevilla. Después, le tocó el turno a la SER: Semana Santa desde Sevilla. Pasé por varias cadenas del dial, sin mucho resultado. Por último, busqué refugio en RNE, donde normalmente siempre hay un programa interesante diferente a las charlas futbolísticas que predominan en el resto. Y hete aquí mi sorpresa que hablaban de la Semana Santa desde Sevilla. 

Así que a los no religiosos nos meten con calzador todo este fervor irracional. Mientras escribo, en la televisión pública emiten Los diez mandamientos, en las privadas abundan películas unitemáticas repetidas hasta la saciedad y en las calles de muchas ciudades es imposible pasear, no ya sólo por la lluvia sino por las procesiones que cortan el paso al peatón. Eso sí, que a cualquier ayuntamiento se le ocurra plantear la construcción de una mezquita para que pongamos el grito en el cielo y aclamemos a la laicidad del Estado. Aunque por otro lado, no hablemos de "procesiones ateas" por Madrid. ¡Dios Santo Bendito, pero qué se han creído!

En definitiva, que dada mi condición de no bendecida por su Santidad, mi ubicación en la posiblemente comunidad más pagana de España y, de paso, la más soleada, creo que cogeré la toalla y me daré un paseo por la playa. Haciendo topless, eso sí, que para algo no creo en el infierno. 



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