La noticia comenzó a divulgarse rápidamente. En Madrid, un grupo surgido de la manifestación del 15 de mayo había decidido acampar en la Plaza del Sol como forma de continuar la protesta ante nuestro deficitario sistema democrático.
"¿Y qué ocurre en Las Palmas?" me preguntaba. No sabía si la pasividad propia de estas islas iba a dejar pasar, una vez más, una oportunidad así. Pero por suerte ahora estaba equivocada. El primer día fueron cuatro valientes los que se armaron de valor y colocaron sus cartones y sus mantas en la entrada de la estación de guaguas, en San Telmo. Como si de Sierra Maestra se tratase, la revolución en las islas se debía a la constancia y al coraje de unos pocos que supieron movilizar al resto de espectadores pasivos.