Lo que decía. 1 de agosto de 2011 y yo estoy aquí, en mi escritorio, mirando el mar pero sin mirarlo. Creo que la principal diferencia con todos los unos de agosto anteriores es que él no está. Claro que no he hecho un verdadero balance, pero ahora que caigo en la cuenta ésta es la primera vez que no estamos juntos en esta fecha. Me refiero desde que nos conocimos y empezamos a ser un equipo, porque antes de eso mis veranos pasaban comiendo helado y bañándome en las playas de Cádiz, o de Canarias. Da igual, el caso es que antes de conocerlo yo no pensaba en estas cosas. Así que si durante cinco años has pasado el 1 de agosto junto a una persona, es normal que ahora parezca que te falta algo, una sensación como de desapego familiar, de una monotonía disconforme, un estar mirando al mar pero sin mirarlo. Lo cierto es que tendré que ir acostumbrándome a todas estas emociones de escritora desamparada, porque el 2, 3, 4, 5... y hasta el 31 de agosto serán iguales.
De todas formas, decía al principio que es el 1 de agosto más diferente de toda mi vida. Así que otros factores entrarán en juego si hago tal afirmación. Por ejemplo: vuelvo a ser una becaria, pero esta vez de nivel. Hace dos veranos, tal día como hoy, cumplía dos semanas como becaria en la extinta televisión de Telde. Este año, el 1 de agosto es el ecuador de mis prácticas de verano en
Estoy segura de que hay muchas otras cosas por las que afirmar que este 1 de agosto es completamente diferente a los anteriores: he empezado un libro de García Márquez titulado "Doce cuentos peregrinos", he comido pollo en salsa, he paseado a Cherry (un perro mezcla de dobermann enano y yorkshire), he cubierto una noticia sobre los indignados de San Telmo que apenas duró treinta segundos en el Telecanarias.
Hoy es 1 de agosto, y no me he dado un baño en el océano.
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