Afuera la ciudad empezaba a oscurecerse. Era el momento perfecto, pues a esa hora los villanos solían salir de sus guaridas para intentar hacer trastadas. Al menos, no recordaba ningún capítulo en el que Batman hubiese peleado a plena luz del día con aquel payaso feo y de risa desagradable. Ahora todos lo verían y se lo pensarían dos veces antes de provocar el caos. Quizá incluso decidiesen irse a otra ciudad en la que nadie les parase los pies. Lo cierto es que a Pablo sólo le importaba que tuviesen claro que su madre no estaba sola, y que estaba dispuesto a ocuparse de ellos para ayudarla y que pudiese tener más tiempo libre. Desde la esquina, unos niños mayores empezaron a reírse de él, pero Pablo los miró con la cabeza alta. Memorizó sus rostros, y pensó que cuando acabase todo su trabajo iría a buscarlos para explicarles un par de cosas y darles su merecido. Eran igual de desagradecidos que Jorge, y eso era algo que odiaba.
Justo cuando cruzaba la calle corriendo, ansioso y emocionado, en sólo una décima de segundo se percató de que había olvidado la norma básica: mirar a derecha y a izquierda dos veces antes de pasar. Eso tenían que hacerlo incluso los superhéroes. Pero ya era tarde. Se paró en seco y giró su débil cuello deseando que la carretera estuviese desierta. No fue así. Un frenazo y el sonido de un claxon se oyeron en todo el vecindario. Los niños de la esquina apagaron sus risas de adolescentes malcriados y se apresuraron a llamar a sus padres, asustados ante lo que acababan de ver. El conductor del vehículo permaneció inmóvil dentro de su coche. No sabía si todo aquello era una broma de cámara oculta o si realmente había atropellado a un Batman en miniatura. Las ambulancias llegaron rápido, estrellando el sonido de sus sirenas contra las desgastadas fachadas de aquel barrio de gente rica, pero nada pudieron hacer. Ni siquiera la cobertura de papel higiénico pudo amortiguar el golpe que sufrió el pequeño cuerpo de Pablo al caer sobre el asfalto. La autopsia concluyó que los traumatismos craneoencefálicos fueron la causa de la muerte.
Al día siguiente, todos los periódicos se pusieron de acuerdo sobre el tema de la portada. Por una vez, no hubo diferencias entre los de derecha y los de izquierda, entre los conservadores y los progresistas. La Crónica de Madrid titulaba “La muerte más trágica de un superhéroe”, y un poco más abajo se leía “El hijo de la alcaldesa de San Sebastián de los Reyes fallece tras ser atropellado mientras cruzaba una avenida disfrazado de un famoso personaje de cómic”. La ciudad entera se puso de luto, y al entierro acudieron las más altas personalidades del mundo de la política y de la cultura. De nada sirvieron las horas de consulta en el psiquiatra, ni los tratamientos alternativos a los que la madre de Pablo se sometió. Ahogada en una depresión de la que no veía salida, perdió su puesto en el Ayuntamiento, se divorció de su marido, vendió su chalet de las afueras y se fue a vivir a casa de su madre, a sólo 500 metros del cementerio. A partir de ahora dispondría de todo el tiempo del mundo para llevar flores a la tumba de su hijo.